Esta ensalada tiene algo especial, es de esos platos que sorprenden sin necesidad de complicarse. 

Desde el primer vistazo se aprecia esa esa mezcla entre frescura y capricho que invita a disfrutarla con calma. 

Últimamente está muy de moda, pero es que no es para menos, la burrata es deliciosa y abierta actúa casi como un centro escénico, cremosa y suave, creando un contraste precioso con el resto del conjunto 😌

El toque diferente lo aportan las uvas, que se asan aliñadas en la air fryer y aportan un toque caramelizado,  una dulzura cálida que no esperas en una ensalada, y se mezcla de maravilla con la intensidad salada del jamón. 

Esa combinación de texturas: Suave, tierna, y ligeramente crujiente a la vez, hace que no se vuelva monótona, algo que a veces pasa en las ensaladas.

Se siente ligera pero satisfactoria, refrescante pero con carácter, ideal para un momento especial o simplemente para darse un pequeño homenaje. Además estamos en época de uvas y ésta receta puede ser la idónea de cara al día de año nuevo con las que sobren de Nochevieja 😉

¡Qué aproveche!

El hojaldre... Esa masa ligera y llena de capas, casi mágica, que al hornearse se infla y se vuelve crujiente. No es casualidad que durante siglos se considerara algo digno de mesas nobles, un pequeño lujo dorado. Y quizás aún siga siendo un poco así, ya que en estas fechas donde buscamos agasajar a nuestros invitados, no falta el hojaldre en forma de vol au vents, saladitos o rellenos.  

En éste caso optaremos por hacer unos canapés rellenos de una de las grandes salsas básicas de la cocina europea, la bechamel. 

Lo haremos con todo el sabor de los distintos tipos de champiñones y el toque gallego del queso San Simón da Costa, un producto tradicional con siglos de elaboración artesanal y un característico ahumado que lo hace único. Integrar ese sabor tan propio en una preparación de inspiración francesa es un ejemplo perfecto de cómo la gastronomía viaja, se mezcla y evoluciona.✨

La cecina, con siglos de arraigo en León, nació como una forma práctica de conservar la carne en entornos rurales y fríos. Es un proceso artesanal, que se transmitía de generación en generación, y ahora supone una de las industrias alimentarias más importantes de la provincia haciendo que la cecina se conozca como un emblema de identidad local. 

Por otro lado, el foie siempre ha simbolizado lujo y celebración, siendo un contrapunto elegante a la rusticidad castellana.

Se me ha ocurrido unir ambos ingredientes en formato “milhojas” buscando una mirada más estética y contemporánea para este producto de mi región. 

Capas finas, contraste de texturas y una presentación en la que se ve la fusión entre tradición y sofisticación respetando los productos, pero atreviéndonos a jugar con ellos ✨.

 
Estas pastas típicas de la Navidad huelen a horno antiguo y a celebraciones de invierno.

Sus orígenes se remontan a la larga tradición mediterránea del uso de la almendra, un fruto muy valioso desde tiempos romanos que viajó con comerciantes árabes por toda la península. Con ellos llegó también el arte de trabajar la almendra molida con azúcar, lo que más tarde daría lugar al mazapán, base inseparable de estos pequeños bocados tan navideños 😊.

Durante la Edad Media, las monjas y los frailes de los conventos españoles se convirtieron en verdaderos talleres reposteros donde se daban forma a una gran variedad de dulces hechos con almendra, especialmente en épocas festivas, cuando los ingredientes eran sencillos pero el ingenio enorme.

Allí nacieron dulces que buscaban durar varios días y aportar energía durante el frío, y entre ellas, los primeros almendrados con su textura tierna, a medio camino entre galleta y mazapán, que pronto ganó fama en ferias, mercados y mesas nobles.

Con el tiempo, los almendrados se volvieron un imprescindible en las fechas más familiares del año y aún a día de hoy, no hay surtido navideño que se precie que no cuente con unos cuantos de ellos.

Las patatas dauphinoise, también conocidas como gratin dauphinois, nacieron en la región de Dauphiné, un territorio montañoso en el sureste de Francia, donde la cocina debía ser reconfortante y nutritiva debido a las bajas temperaturas.

Unos siglos después del descubrimiento de América, las patatas empezaron a ganar protagonismo en Europa, pero en Francia aún se miraban con cierta desconfianza… Hasta que los cocineros de esta región decidieron combinar humildes patatas con lácteos locales para crear un plato cálido y suave que conquistara incluso a los más escépticos 😌.

La primera referencia escrita del gratin dauphinois aparece en 1788, al servirse en un banquete ofrecido al duque de Clermont-Tonnerre. En ese momento la cocina francesa comenzaba a organizarse y documentarse, y este gratinado fue haciéndose más y más popular, siendo la referencia de esos platos sencillos de la gastronomía rural que gracias a su sofisticación podían llegar a ascender hasta las mesas aristocráticas sin perder su esencia ni necesitar de ingredientes extra para sorprender✨

Con el tiempo, la receta viajó por toda Francia, adoptando ligeras variaciones según la zona, pero siempre manteniendo su carácter cremoso y hogareño, hasta traspasar las fronteras del país galo.

• 600 g de patata 
• 100 g de queso Gruyère
• 30 g de mantequilla
• 1 diente de ajo
• 250 ml de nata líquida para cocinar
• Sal
• Especias y hierbas aromáticas: C/s de pimienta, C/s de nuez moscada

 
El rape era un pescado que se quedaba en los puertos, porque era un pez que no llamaba mucho la atención por fuera, con ese cuerpo ancho y plano, de piel gruesa color marrón, cabeza y boca muy grandes con dientes afilados… Feo, bien feo.

Así que como no se vendía, eran los pescadores los que lo aprovechaban, dándose cuenta que debajo de todo eso, en su interior de textura tersa y sin más espinas que la central, esconde un sabor suave y ligeramente dulce, a menudo comparado con el de la langosta. ¡Es una auténtica joya!🌊✨
Los gambones, en cambio, siempre fueron cosa de fiesta: si había una comida importante, ahí estaban.

Asi que no es de extrañar, que la mezcla de ambos sea un acierto seguro.
Estas brochetas son perfectas para hacer algo rápido, delicioso y con todo el sabor del mar.
Y como colofón final, con una salsita de cava que encaja perfectamente, resultando suave, con un punto festivo para aprovechar las sobras de tantos y tantos brindis🥂

 
Hoy te traigo uno de esos platos que parecen haber nacido para unir tradición y deleite en un mismo bocado. Un plato que abraza el pasado, pero con un brillo contemporáneo irresistible ✨.

Y aunque hace años las carrilleras eran consideradas como un corte humilde, a la altura de la lengua o la falda de vaca, que incluso se reservaban para guisos de aprovechamiento para esas partes del animal y se cocinaban en las zonas rurales al calor suave del hogar, con mucha paciencia y cariño… Hoy en día es un producto muy valorado que ha evolucionado en la cocina casera española.

En este caso el guiso tradicional se convierte en un guiso excepcional hecho en mi olla de cocción lenta, capaz de lucirse tanto en casas familiares como en restaurantes de alta cocina al encontrarse con un vino andaluz de personalidad única: el Pedro Ximénez.
Proveniente de uvas pasificadas y conocido por su dulzor casi meloso, aportando complejidad y elegancia a un producto que siempre ha sido considerado más rústico que sofisticado… Hasta ahora 😏